sábado, 20 de noviembre de 2010

El acoso escolar. Bullying

Bullying es un término anglosajón que significa intimidación o abuso; también se utiliza como adjetivo cuando se dice de una persona que abusa de sus inferiores física o psíquicamente en un ámbito escolar. En cualquier caso es una palabra que lamentablemente está de moda en nuestros días por su actualidad mediática, debido sobre todo a una pérdida de valores en la juventud y a una brecha enorme en nuestro sistema educativo por donde desparecen, como engullidos en un abismo legislativo, el poder de legítima autoridad del adulto (entiéndase profesorado y familias) y el sentido de la disciplina, ausente casi por completo en nuestros Colegios e Institutos.
Pero este no es un mal nuevo. Es tan antiguo como la humanidad. No deja de ser más que una manifestación violenta de la supremacía del fuerte sobre el débil, con la particularidad de que el vencedor no suele ser compasivo y retroalimenta sus ataques a medida que el vencido va minimizándose cada vez más. El Bullying es despiadado. La víctima casi siempre acaba  convencida de ser un guiñapo impotente, y a veces sintiéndose culpable, tratando de buscar cualquier medio de liberación que en algunos casos resulta ser trágicamente irreversible.
El hecho de que siempre haya estado agazapado ahí, no justifica su existencia en pleno siglo XXI, cuando por ejemplo nos escandalizamos por el maltrato infligido a los animales y no ponemos todo de nuestra parte para evitar estas situaciones tan lamentables cuyas víctimas son seres tanto o más indefensos que las fieras, al fin y al cabo nuestros hijas e hijos no tienen astas con las que defenderse.
Yo, con catorce o quince años, fui víctima de acoso por parte de un compañero de clase, repetidor y dos años mayor que yo. Era un fracasado y no sé que será de él hoy, pero no creo que se haya redimido. No le guardo rencor porque probablemente él también fuese una víctima de sus circunstancias, algo muy frecuente en el acosador. Su método consistía en pegarse a mí como una lapa cuando teníamos que realizar un examen, y si no le pasaba una nota con las respuestas o no se las susurraba, me abofeteaba en la calle y me amenazaba constantemente. Soporté estoicamente ese curso escolar arriesgándome a ser descubierto por mis profesores soplándole al muy ladino las respuestas del examen. Yo era tan ingenuo que no sabía que temer más, si a las amenazas de A.M. (esas eran sus siglas) o a ser sorprendido in fraganti por la persona que en ese momento me examinaba y para mi era digno del mayor de los respetos. Sentía que estaba cometiendo una falta y si no me agredía A.M., me sentía también mal porque consideraba que de algún modo había puesto en peligro la confianza que depositaba en mí el docente de turno. Todavía hoy, desde mi perspectiva como profesor, no podría dilucidar que era lo que más me turbaba.
Por supuesto cometí los errores del acosado: no cortar de raíz los incidentes desde el primer momento, no comentarlo a mis padres ni por supuesto a los responsables del Instituto. El eterno miedo a las represalias siempre pende como una espada de Damocles sobre la víctima. Denunciarlo a la policía era irrisorio en aquellos años.
Y lo más paradójico de la situación es que tanto por unos y por otros, estas bromas eran consideradas chiquilladas sin tener en cuenta el sufrimiento de los que las padecían, así que… a tragar. No salía ninguna noticia en la prensa de ningún acto que pudiese perturbar el desarrollo de una sociedad maquinalmente dirigida por unos órganos de poder absoluto que querían transmitirnos lo idílica que era nuestra vida.
¿Qué es lo que ha cambiado? Poco, pero hoy hay más información. No tenemos justificación para no combatir.
Las motivaciones del bullying son los celos, la envidia, la maldad, la cobardía (no suelen actuar en solitario en la mayoría de las ocasiones)… semillas que, en un terreno ambiental y familiar abonado, son el germen del futuro delincuente, del fracasado, del frustrado. ¡Qué disfrute de su poder mientras pueda que al final la vida pondrá a cada uno en el lugar que le corresponde!
Soy consciente de la dificultad que supone erradicar esta práctica, pero solamente hay una solución: la denuncia. Ponerlo en conocimiento de las familias, de los responsables del centro educativo, y como último término acudir a las autoridades. Lo más difícil es dar el primer paso, pero hay que arriesgarse. La dignidad personal y el honor bien valen unos hematomas (esperemos que la cosa no pase de ahí). Una vez logrado liberarse de esta lacra, la víctima llevará sus heridas con orgullo, como un soldado que ha caído herido en una batalla pero que al final ha ganado la guerra.
Ganémosle la guerra al bullying entre todos y todas tratando de hacer a nuestros jóvenes más solidarios, tolerantes, comprensivos y conscientes del sufrimiento ajeno.
Recomiendo a los educadores y a las familias algunas películas que nos muestran el bullying en su desgarradora realidad y que sean ellos quienes juzguen la conveniencia o no de proyectarlas a su alumnado o a sus hijos e hijas, habida cuenta que algunas de ellas contienen escenas realmente duras pero lamentablemente no por ello ficticias. Hay que curtir a nuestros jóvenes en algunos aspectos de la vida aun a costa de enseñarles la realidad tal como es en sus aspectos más negativos.
La tan controvertida asignatura de Educación para la ciudadanía debería contener un tema completo dedicado al bullying. Si no es así nos toca a nosotros actuar, familias y profesorado. Si dejamos pasar el tiempo o miramos para otro lado tal vez sea demasiado tarde.
El tema es tratado con profusión por Hollywood de forma tangencial y sin darle mayor relevancia, (recordamos mil y una escenas donde algún alumno o alumna de una High School, el equivalente a nuestros Institutos, es víctima de la broma cruel de algún compañero o compañera) pues normalmente son escenas que forman parte del guión de una comedia.  Sin ánimo de ser reaccionario, y también haciendo autocrítica me pregunto ¿qué se puede esperar de una industria cinematográfica donde lo que prima es la violencia, el sexo indiscriminado o el derramamiento de sangre arbitrario? El tomar a chanza el bullying es el menor de los males. Culpable es también la sociedad que consume esos productos.
No obstante lo anterior, citaré tres películas que tratan el tema del acoso escolar de un modo realista y didáctico. Por pocos escrúpulos que se tengan, el visionado de estas tres películas debería ser una potente vacuna contra cualquier tentación de agresión física o psíquica a un compañero o compañera.
Elijo estas tres en particular porque abordan el problema explícitamente, por su realismo y veracidad, por su carácter pedagógico para los jóvenes, familias y profesorado, y por supuesto por tratarse de cine de gran calidad.
Véanlas y tendrán una visión más clara y otra perspectiva más honda y aterradora del monstruo que acecha en las aulas en las que conviven a diario nuestros hijos e hijas.
Las películas son:

Cobardes. España. 2008. Dirección: José Corbacho, Juan Cruz
Reparto: Lluís Homar, Elvira Mínguez, Paz Padilla, Antonio de la Torre, Javier Bódalo, Eduardo Espinilla, Eduardo Garé, Ariadna Gaya, Maria Molins

Bullying. España. 2009. Dirección: Josecho San Mateo.
Reparto: Albert Carbó, Laura Conejero, Carlos Fuentes, Joan Carles Suau
 
La Clase (Klass). Estonia. 2007. Dirección: Ilmar Raag
Reparto: Vallo Kirs, Pärt Uusberg, Paula Solvak, Margus Prangel, Tiina Rebane, Merle Jääger


José M. Ramos González
Pontevedra. Noviembre 2010


jueves, 18 de noviembre de 2010

El papá de Simón

 20 de noviembre. Día Internacional de los derechos de la infancia
Artículo 3º.- El niño y la niña tiene derecho desde su nacimiento a un nombre […]
     Artículo 6º.- El niño y la niña, para el pleno desarrollo de su personalidad, necesita amor y comprensión. Siempre que sea posible, deberá crecer al amparo y bajo la responsabilidad de sus progenitores y, en todo caso, en un ambiente de afecto y de seguridad moral y material 


El Papá de Simón es un cuento del célebre escritor francés Guy de Maupassant (1850-1893), que apareció publicado por primera vez en  La Réforme politique et littéraire el 1 de diciembre de 1879. Es uno de sus primeros cuentos breves, género en el que este autor destacaría hasta el punto de ser uno de los mejores y prolíficos cuentistas de la literatura universal contemporánea.
El papá de Simón narra las vicisitudes de un niño de 7 años que va por primera vez a la escuela. Un niño tímido al que su madre siempre mantuvo oculto por la vergüenza a mostrar ante la gente el fruto de un amor frustrado. Simón es hijo de una mujer soltera y no sabe quien es su padre.
Cuando es preguntado por primera vez por sus compañeros como se llama, él responde tímidamente que su nombre es Simón. ¿Simón qué? insisten los pilluelos. ¡Simón! ¡me llamo Simón!... Las burlas de los chicos no se hacen esperar y le arrojan a la cara que no tiene apellido porque no tiene padre…
¿Padre? Al principio queda estupefacto, pero es cierto. No tiene padre pero no puede permitir tales burlas y se enfrenta valientemente a sus compañeros que huyen ante su vigor físico.
Triste, confuso y con lágrimas en los ojos se aleja hacia los campos, habiendo tomado una determinación. Quiere ahogarse porque en cierta ocasión cuando sacaron el cadáver de un mendigo ahogado en el río alguien dijo: “Ahora es feliz”. Quería liberarse de esa tremenda y pesada carga que es la falta de un padre que se fraguaba en la ingenua mente infantil como algo monstruoso y reprobable.
Ya en la orilla del río y sofocado por los sollozos, alguien se dirige a él para preguntarle que le ocurre. Se trata del herrero del pueblo, un mocetón soltero y sensible que por allí pasaba. El niño le cuenta sus pesares y el herrero le dice que de ahora en adelante cuando le pregunten diga que su padre es él y que si alguien vuelve a burlarse tendrá que vérselas con el enorme hombretón.
Henchido de felicidad y orgullo, Simón regresa a la escuela para informar a todos que su padre es el herrero del pueblo. Los demás niños quedan atónitos y atemorizados pues de todos es conocida la fortaleza y hombría de ese joven.

El dolor y sufrimiento de Simón es compartido por muchos niños en el mundo que no tienen el afecto y protección al que tienen derecho. Es paradójico este efecto multiplicador: burla y ensañamiento con alguien al que un nacimiento sin progenitor ya ha sustraído parte de uno de los más elementales de los derechos: conocer al padre. ¿No se ha ensañado ya la vida suficientemente para tener que recordárselo a diario en la escuela? Hoy, que tan aficionados somos a dar nombre a todo, diríamos que Simón es víctima de un acoso escolar que casi desemboca en suicidio. Hay casos en nuestro país donde este tipo de situaciones ya se han producido. El acoso escolar, o si recurrimos a los anglicismos el bullying, es moneda frecuente en nuestros centros escolares y es algo a atajar por parte de los educadores y sobre todo por una educación familiar adecuada y cimentada en el fomento de valores tales como el respeto, la tolerancia y el honor.
Pero la sociedad también es culpable en muchas ocasiones por la doble moral de la que tantas veces da muestras. Todavía en algunos ámbitos una madre soltera puede producir una cierta compasión despectiva que, como bien dice Maupassant, se transmite de forma inconsciente a los niños.
La historia de Simón puede parecernos hoy una cuestión baladí. En la actualidad, una madre soltera ya no es una apestada como no hace mucho tiempo; ya no es una vergüenza para la familia como sucedía no ha pocos años. Pero debemos contextualizar esta narración cuando fue escrita y en que entorno se desarrolla la acción: en la Francia rural del siglo XIX, donde la mujer soltera que quedaba embarazada y era abandonada por el truhán de turno, había cometido un pecado capital y quedaba marcada para toda su vida. Difícilmente podía rehacer una vida en un hogar feliz. No ocurre así en el cuento que nos ocupa con un desenlace feliz: El herrero acaba contrayendo matrimonio con la madre de Simón. Cosa extraña en Maupassant tratándose de un autor eminentemente pesimista que siempre trató las miserias humanas con el escepticismo propio de un nihilista y para quien la vida no era más que una inmensa nausea (como postularía años más tarde el filósofo Jean Paul Sartre). La única explicación que encuentro al desenlace del Papá de Simón es que fue escrito en plena juventud de su autor (contaba con 29 años) y todavía podía atisbarse en él algún asomo de dicha o alguna pequeña brecha por donde penetraba algún aspecto idílico de la vida. Grieta que pronto se cerraría para convertirse en un pétreo muro infranqueable a cualquier placer, alegría, goce o sencillamente paz interior.
 La mayoría de los cuentos que escribió a partir de 1880 suelen ser fotografías de la miseria humana, de la inanidad de la vida, de la desesperanza y la falta de fe… “lo único cierto es la muerte”, decía en sus arranques de taciturno pesimismo. Una vida destrozada por una sensibilidad demasiado excitada por los estimulantes artificiales, aderezada con unas dotes de observación fuera de lo común que le permitía registrar absolutamente todo, pero con una especial relevancia la fealdad de las cosas y las gentes.
El papá de Simón es una rara excepción en su desenlace, aunque ya apunta un género dramático si analizamos los sentimientos y sufrimiento del niño ante la certeza de que no tiene padre. Nos conmueve la primera parte del relato.
En definitiva, no es el mejor cuento de Maupassant ni está considerado entre los mejores porque el argumento tampoco es demasiado original, sin embargo está muy bien tratado y escrito y a todos nos emocionan los llantos del chiquillo en la soledad de la orilla del río y nos duelen las burlas crueles de sus compañeros.

Hay que proteger a nuesta infancia de los prejuicios de una sociedad que todavía mantiene reminiscencias del pasado considerando que ciertas convenciones no deben ser alteradas. Así hay quien todavía se rasga las vestiduras porque un matrimonio homosexual pueda adoptar un niño o una niña. Lo que nos debería encoger el corazón es que haya niños y niñas en el mundo que carezcan del amor y afecto que le deben dispensar sus progenitores, sea en el contexto sexual que sea. El amor debe primar sobre todo lo demás, en la infancia especialmente porque esta es el estamento más frágil de nuestra sociedad y el Papá de Simón así nos lo enseña.

¡Buena lectura!


Para leer el Papá de Simón ir a


José Manuel Ramos González
Pontevedra, noviembre 2010